jueves, noviembre 29, 2007

Capitulo II – La pesquisa
Lo primero que vino a su mente fueron los casos de “chupacabras”. Su curiosidad le había llevado a indagar en esas extrañas noticias provenientes de Centro América. Animales domésticos que aparecían sin sangre y con zonas faltantes, “como comidas”.
En esas crónicas, algunos decían que parecían cortes hechos con láser. También, que no sólo la sangre desaparecía…también el agua de los reservorios.
Pero esos casos siempre eran en la selva, o en el campo abierto. Siempre en zonas de escasa población, y maldita la suerte, sin testigos.
Estos casos parecían tener en común sólo el misterio.
Morris comenzó la investigación de cada víctima. Leyó sus legajos, visitó a sus conocidos, escudriñó en sus vidas, hasta un punto que se podría creer que los conocía como un amigo.
Recorrió a pie la zona de cada ataque. Habló con los vecinos, leyó los diarios de los días siguientes. Cada detalle cuenta, decía para sus adentros. Leía y dejaba que la información se acomodara en su mente. Estaba convencido que su Inconsciente establecería las conexiones –si es que había alguna-.
No habían pasado dos meses desde que tomó el caso, cuando, de repente, sintió un chispazo. Hubo apagones en cada caso. Morris se dirigió a la Compañía de Electricidad. Allí con las fechas, consiguió la información del área cubierta en cada caso. No eran grandes áreas, sólo algunas manzanas.
Desplegó el mapa sobre su escritorio, ante la mirada escéptica de sus colegas.
¿Vamos a invadir Turquía? –le espetó el más charlatán.
Tal vez haga falta. –contestó sin mirarlo, mientras con marcador azul delineaba las zonas de los apagones y a continuación escribía las fechas de cada uno.
Al terminar, tomó cierta distancia. Era como ver el trayecto del sádico atacante. Los lugares de aparición de las víctimas o donde recobraban la conciencia, estaban indicados con puntos rojos. Pero no siempre coincidían con el área de los cortes de luz.
Ahora, paradójicamente, esos cortes habían iluminado una pista.
Sus compañeros habían empezado a acercarse a sus espaldas, con un silencio notorio.
Dándose cuenta, Morris enrolló rápidamente el mapa. Descolgó el Burberrys –símbolo inequívoco de su profesión- y bajó por las escaleras.
Arrancó su viejo Renault, y se dispuso a seguir el recorrido criminal.
Evidentemente –pensó- el atacante trasladaba a sus victimas.
Al mediodía ya había recorrido más de la mitad de las zonas marcadas. Se detuvo en un Mc Pato. Mientras engullía una hamburguesa completa, con el plano de calles abierto sobre la mesa, vió que su recorrido era un semicírculo zigzagueante. Era como si siempre partiera de un punto.
Sus dedos salpicados con ketchup, seguían calles, cortadas y avenidas buscando rutas posibles. Cada vez, más frenéticamente. Sí. Si, era posible que todos los recorridos partieran de un punto.
Chupó el ketchup de sus dedos, mientras se levantaba tomó el plano por el borde.
Arrancó el Renault y se dirigió a la Plaza 1ro. De Mayo. Alrededor, un barrio de pequeñas industrias y artesanos, desaparecidos frente al cambio tecnológico y a la aparición de las grandes corporaciones globales.
Dio una vuelta a la plaza que abarcaba dos manzanas, vetustos edificios, algunos galpones abandonados…
Los artistas habían tomado el barrio por asalto. Reciclaron algunas construcciones y habitaban simplemente otras.

Hacia el Oeste salían cuatro diagonales, por el costado Este de la plaza pasaba la Avenida Itineris per Laborum en forma curva con sus extremos apuntando también hacia el este.
Todas las calles apuntando hacia el Este, formaban en el plano una corona o los rayos de un sol naciente.
Morris avanzaba por esta avenida –frente a la plaza- hacia su derecha sólo había una salida, en realidad una cortada, curiosamente de nombre Tokio.
Dobló al llegar a esa calle, sin tocar el freno, y a los pocos metros frenó bruscamente.
Bajó inmediatamente, y se llevó la mano hacia su arma reglamentaria. Chequeó el cargador, y puso una bala en la recámara. Ahora se sentía seguro.

martes, noviembre 27, 2007

Capitulo I – La oficina
El aire de la oficina olía a rancio. La densa atmósfera se sacude después de un fuerte portazo.
– ¡Eh! ¿Nunca abren las ventanas?
Philips frunció el seño. ¿Este novato querrá cambiar las costumbres del Cuerpo?-pensó.
El corpulento Jefe de la Central de Investigaciones de la Policía, mientras pensaba en el comentario impertinente y desubicado del novato, giró el cuerpo hacia la derecha para verle el rostro a aquel insolente.
Lo miró, con esa mirada indagadora común a los policías y psiquiatras. Imposible no sentir la vibración de esos ojos clavados en uno. Morris, al recibir semejante energía, respondió clavándole la mirada. Fue peor que contestarle.
La oficina, de pronto, pareció transformarse en un agón. Cada uno de los oponentes, como es natural, se encontraba en el ángulo opuesto. Los demás detectives, que no pudieron extraerse a semejante escena, observaban atónitos, esperando el inicio de la metafórica pelea. No faltaría alguno que propusiera hacer apuestas. Si por algo era famoso el jefe, era por su mal genio.
Hacía un minuto que había llegado el joven, pero la tensión lo transformó en siglos. Esta vez, fue la voz de Philips la que hizo volver todo a la realidad iniciando el siguiente diálogo con el muchacho.

-Es mejor así, pibe. De esta manera, las ideas no se escapan.
-¿De qué ideas me habla, jefe? Todo ya está escrito. No hay ningún caso que nos proponga algo nuevo. La última idea que circuló por aquí habrá sido antes de antes de construir este edificio…

Philips explotó. Algo irracional e inexplicable había en ese joven que le desataba lo peor. ¡Cómo podía ser tan torpe!
¿Acaso no se dio cuenta de su parquedad? ¿No había percibido que si le dirigía la palabra era sólo educación?
¡Le voy a enseñar a este cretino!- pensó enfurecido- mientras caminaba hacia el archivo y sacaba una gruesa carpeta. Simultáneamente volvió a dirigirle la palabra.

-Ok. ¿Eso crees? ¡Este caso es tuyo!
Un nube de polvo rodeó la carpeta al golpear sobre el escritorio
Todo su rostro reflejaba triunfo y seguridad. Dió media vuelta y se despidió dándole la espalda.
Morris no tuvo oportunidad de devolver el saludo, quedó solo, mirando la carpeta. Los demás policías ya se habían retirado silenciosamente de aquella vetusta oficina, cuando Philips fue a buscar el expediente.
La carátula titulaba la gruesa y derruida carpeta, con la leyenda: “El caso de los actores”.
Era la primera vez que le asignaba un caso. Hasta ahora había acompañado las investigaciones de otros detectives. Pero sólo había ganado el recelo y la desconfianza de ellos.
Como al pasar, abrió el expediente y quedó sorprendido al ver las fotos de las víctimas.
Estos tipos son tan elementales… ¿por qué me habrá dado leer este caso? ¿qué podré encontrar en estas hojas tan viejas como el jefe?
Estaba fastidiado por la actitud de su superior. Al salir de la oficina -iluminada solo por la luz eléctrica- dio un fuerte portazo. Simultáneamente, la luz parpadeó.
¡Lo que me faltaba! –murmuró mientras resoplaba-. Tenía que bajar varios pisos y no tenía ninguna intención de hacerlo por la escalera. Aceleró sus pasos mientras transitaba el largo pasillo que lo conducía hacia el único ascensor que funcionaba en todo el edificio. Llamó al ascensor, pulsando el botón sobresaliente, agrietado y negro. Dirigió su mirada hacia arriba y observó que el ascensor se encontraba en el sexto piso. Él se encontraba en el quinto. Cuando sube al ascensor, le indica al ascensorista que va hasta la planta baja. Al bajar no lo saludó. Se sorprendió de su propia grosería.
Morris había estudiado en un colegio privado, al que accedían sólo unos pocos elegidos, muy educados, con padres adinerados y con buenas conexiones.
El ambiente estudiantil era distendido. Los muchachos se relacionaban por sus trabajos en equipo, creando así, espíritu de cuerpo, pero a su vez había cierta animosidad orientada hacia el liderazgo lo que provocaba un afán de superación individual. Esas enseñanzas se anidaron en Morris tanto como el ánimo por el detalle, la observación minuciosa y el análisis lógico. Todas sus habilidades le habían llevado adonde estaba.
Desde su departamento tenía una vista panorámica al río, si bien ya era de noche y sólo se veían luces como estrellas, pegadas sobre un manto negro.
Se preparó un express, y aún con la taza en la mano izquierda, se sirvió un whisky con la derecha.
El mobiliario denotaba su origen, caro y buen gusto, también moderno y práctico.
Se acomodó en un sillón, dejando la taza y la copa junto al expediente.
Mientras leía ese expediente, sentía que se había preparado toda su vida para este momento. Él encontraría la respuesta a este misterio, y, por supuesto, al culpable.
Las víctimas no habían visto a su atacante, sólo recordaban haberse sentido mareadas, y después despertaban de un desmayo, con amputaciones sorprendentes. En algunos casos se produjeron gangrenas o falta de irrigación, pues las arterias cortadas estaban selladas. En otros, las víctimas fallecieron poco después.
Los bordes de las superficies cortadas no eran rectilíneos, presentaban suaves curvas irregulares, no presentaban sangrado…
Las preguntas se agolpaban en su mente, ¿con qué arma pudieron efectuar esos cortes tan perfectos? ¿cuál era la motivación de tal sadismo? ¿cuál era la relación con las victimas?
¿habría algún nexo entre las víctimas?
Bien, -pensó- al menos esta última pregunta estaba develada en el informe, las víctimas pertenecían al sindicato de actores.