Capitulo II – La pesquisa
Lo primero que vino a su mente fueron los casos de “chupacabras”. Su curiosidad le había llevado a indagar en esas extrañas noticias provenientes de Centro América. Animales domésticos que aparecían sin sangre y con zonas faltantes, “como comidas”.
En esas crónicas, algunos decían que parecían cortes hechos con láser. También, que no sólo la sangre desaparecía…también el agua de los reservorios.
Pero esos casos siempre eran en la selva, o en el campo abierto. Siempre en zonas de escasa población, y maldita la suerte, sin testigos.
Estos casos parecían tener en común sólo el misterio.
Morris comenzó la investigación de cada víctima. Leyó sus legajos, visitó a sus conocidos, escudriñó en sus vidas, hasta un punto que se podría creer que los conocía como un amigo.
Recorrió a pie la zona de cada ataque. Habló con los vecinos, leyó los diarios de los días siguientes. Cada detalle cuenta, decía para sus adentros. Leía y dejaba que la información se acomodara en su mente. Estaba convencido que su Inconsciente establecería las conexiones –si es que había alguna-.
No habían pasado dos meses desde que tomó el caso, cuando, de repente, sintió un chispazo. Hubo apagones en cada caso. Morris se dirigió a la Compañía de Electricidad. Allí con las fechas, consiguió la información del área cubierta en cada caso. No eran grandes áreas, sólo algunas manzanas.
Desplegó el mapa sobre su escritorio, ante la mirada escéptica de sus colegas.
¿Vamos a invadir Turquía? –le espetó el más charlatán.
Tal vez haga falta. –contestó sin mirarlo, mientras con marcador azul delineaba las zonas de los apagones y a continuación escribía las fechas de cada uno.
Al terminar, tomó cierta distancia. Era como ver el trayecto del sádico atacante. Los lugares de aparición de las víctimas o donde recobraban la conciencia, estaban indicados con puntos rojos. Pero no siempre coincidían con el área de los cortes de luz.
Ahora, paradójicamente, esos cortes habían iluminado una pista.
Sus compañeros habían empezado a acercarse a sus espaldas, con un silencio notorio.
Dándose cuenta, Morris enrolló rápidamente el mapa. Descolgó el Burberrys –símbolo inequívoco de su profesión- y bajó por las escaleras.
Arrancó su viejo Renault, y se dispuso a seguir el recorrido criminal.
Evidentemente –pensó- el atacante trasladaba a sus victimas.
Al mediodía ya había recorrido más de la mitad de las zonas marcadas. Se detuvo en un Mc Pato. Mientras engullía una hamburguesa completa, con el plano de calles abierto sobre la mesa, vió que su recorrido era un semicírculo zigzagueante. Era como si siempre partiera de un punto.
Sus dedos salpicados con ketchup, seguían calles, cortadas y avenidas buscando rutas posibles. Cada vez, más frenéticamente. Sí. Si, era posible que todos los recorridos partieran de un punto.
Chupó el ketchup de sus dedos, mientras se levantaba tomó el plano por el borde.
Arrancó el Renault y se dirigió a la Plaza 1ro. De Mayo. Alrededor, un barrio de pequeñas industrias y artesanos, desaparecidos frente al cambio tecnológico y a la aparición de las grandes corporaciones globales.
Dio una vuelta a la plaza que abarcaba dos manzanas, vetustos edificios, algunos galpones abandonados…
Los artistas habían tomado el barrio por asalto. Reciclaron algunas construcciones y habitaban simplemente otras.
Hacia el Oeste salían cuatro diagonales, por el costado Este de la plaza pasaba la Avenida Itineris per Laborum en forma curva con sus extremos apuntando también hacia el este.
Todas las calles apuntando hacia el Este, formaban en el plano una corona o los rayos de un sol naciente.
Morris avanzaba por esta avenida –frente a la plaza- hacia su derecha sólo había una salida, en realidad una cortada, curiosamente de nombre Tokio.
Dobló al llegar a esa calle, sin tocar el freno, y a los pocos metros frenó bruscamente.
Bajó inmediatamente, y se llevó la mano hacia su arma reglamentaria. Chequeó el cargador, y puso una bala en la recámara. Ahora se sentía seguro.
Lo primero que vino a su mente fueron los casos de “chupacabras”. Su curiosidad le había llevado a indagar en esas extrañas noticias provenientes de Centro América. Animales domésticos que aparecían sin sangre y con zonas faltantes, “como comidas”.
En esas crónicas, algunos decían que parecían cortes hechos con láser. También, que no sólo la sangre desaparecía…también el agua de los reservorios.
Pero esos casos siempre eran en la selva, o en el campo abierto. Siempre en zonas de escasa población, y maldita la suerte, sin testigos.
Estos casos parecían tener en común sólo el misterio.
Morris comenzó la investigación de cada víctima. Leyó sus legajos, visitó a sus conocidos, escudriñó en sus vidas, hasta un punto que se podría creer que los conocía como un amigo.
Recorrió a pie la zona de cada ataque. Habló con los vecinos, leyó los diarios de los días siguientes. Cada detalle cuenta, decía para sus adentros. Leía y dejaba que la información se acomodara en su mente. Estaba convencido que su Inconsciente establecería las conexiones –si es que había alguna-.
No habían pasado dos meses desde que tomó el caso, cuando, de repente, sintió un chispazo. Hubo apagones en cada caso. Morris se dirigió a la Compañía de Electricidad. Allí con las fechas, consiguió la información del área cubierta en cada caso. No eran grandes áreas, sólo algunas manzanas.
Desplegó el mapa sobre su escritorio, ante la mirada escéptica de sus colegas.
¿Vamos a invadir Turquía? –le espetó el más charlatán.
Tal vez haga falta. –contestó sin mirarlo, mientras con marcador azul delineaba las zonas de los apagones y a continuación escribía las fechas de cada uno.
Al terminar, tomó cierta distancia. Era como ver el trayecto del sádico atacante. Los lugares de aparición de las víctimas o donde recobraban la conciencia, estaban indicados con puntos rojos. Pero no siempre coincidían con el área de los cortes de luz.
Ahora, paradójicamente, esos cortes habían iluminado una pista.
Sus compañeros habían empezado a acercarse a sus espaldas, con un silencio notorio.
Dándose cuenta, Morris enrolló rápidamente el mapa. Descolgó el Burberrys –símbolo inequívoco de su profesión- y bajó por las escaleras.
Arrancó su viejo Renault, y se dispuso a seguir el recorrido criminal.
Evidentemente –pensó- el atacante trasladaba a sus victimas.
Al mediodía ya había recorrido más de la mitad de las zonas marcadas. Se detuvo en un Mc Pato. Mientras engullía una hamburguesa completa, con el plano de calles abierto sobre la mesa, vió que su recorrido era un semicírculo zigzagueante. Era como si siempre partiera de un punto.
Sus dedos salpicados con ketchup, seguían calles, cortadas y avenidas buscando rutas posibles. Cada vez, más frenéticamente. Sí. Si, era posible que todos los recorridos partieran de un punto.
Chupó el ketchup de sus dedos, mientras se levantaba tomó el plano por el borde.
Arrancó el Renault y se dirigió a la Plaza 1ro. De Mayo. Alrededor, un barrio de pequeñas industrias y artesanos, desaparecidos frente al cambio tecnológico y a la aparición de las grandes corporaciones globales.
Dio una vuelta a la plaza que abarcaba dos manzanas, vetustos edificios, algunos galpones abandonados…
Los artistas habían tomado el barrio por asalto. Reciclaron algunas construcciones y habitaban simplemente otras.
Hacia el Oeste salían cuatro diagonales, por el costado Este de la plaza pasaba la Avenida Itineris per Laborum en forma curva con sus extremos apuntando también hacia el este.
Todas las calles apuntando hacia el Este, formaban en el plano una corona o los rayos de un sol naciente.
Morris avanzaba por esta avenida –frente a la plaza- hacia su derecha sólo había una salida, en realidad una cortada, curiosamente de nombre Tokio.
Dobló al llegar a esa calle, sin tocar el freno, y a los pocos metros frenó bruscamente.
Bajó inmediatamente, y se llevó la mano hacia su arma reglamentaria. Chequeó el cargador, y puso una bala en la recámara. Ahora se sentía seguro.
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